Asunción, Paraguay, Jueves
22 de Marzo de 2007
Editorial
Los
indígenas también deben someterse
a la ley
Un grupo
de indígenas achés de la reserva
Colonia Chupapou, que está siendo
investigado sobre la tala ilegal de árboles,
hace unos días se permitió
ejercer violencia secuestrando por varias
horas y profiriendo amenazas de muerte contra
periodistas que acompañaban a una
comitiva fiscal. Esta actitud violenta no
es la que habitualmente tuvieron los achés.
Evidentemente están mal aleccionados
por gente interesada en convertirlos en
lo que ahora aparentan ser. ¿Deben
los indígenas observar la ley como
se exige a todos los habitantes? La respuesta
es rotundamente afirmativa. Los indígenas
no solamente deben tener derechos, sino
también obligaciones como cualquier
otro ciudadano.
Un
grupo de indígenas de la parcialidad
aché, que ocupa la reserva indígena
Colonia Chupapou, que está siendo
investigado en relación con la violación
de la tala ilegal de árboles, hace
unos días se permitió ejercer
violencia secuestrando por varias horas
y profiriendo amenazas de muerte contra
siete periodistas que acompañaban
a una comitiva fiscal.
Estos indígenas
están dedicados a la producción
ilícita de rollos que son vendidos
a traficantes paraguayos y brasileños.
Como algunos de los voceros del grupo nativo
se manifestaron utilizando argumentos jurídicos
para justificarse –alegan que la ley les
autoriza a utilizar los recursos naturales
para su sostenimiento–, cabe inferir que
están aleccionados por gente que
tiene interés en utilizarlos para
saquear la riqueza de la reserva.
Como es
de presumir a base de la experiencia, el
precio que los traficantes estarán
pagando a los indígenas por los rollos
ha de ser insignificante. De esta manera
cabe afirmar que, una vez más, se
está en presencia de una infame acción
de corrupción a costa de gente débil
e indefensa, perpetrada por bandidos inescrupulosos
–los traficantes de productos silvestres–,
capaces de cometer toda clase de violaciones
ilegales, de atentados contra los bienes
ambientales y hasta de corromper los sanos
hábitos y costumbres de los nativos,
que hasta ahora se mostraban respetuosos
de la naturaleza y de su equilibrio.
Por otra
parte, cabe cuestionar si los achés
se benefician realmente de la venta de los
rollos de sus bosques. La primera respuesta
puede obtenerse de la observación
de sus condiciones de existencia, las cuales
no mejoran ni evolucionan en ningún
sentido que resulte evidente a simple vista.
¿Qué adquieren los indígenas
con el dinero producido por la destrucción
de sus bosques? ¿Se instruyen en
técnicas de aprovechamiento agropecuario?
¿Compran maquinaria y herramientas,
instalan colmenares, telares o cocinas modernas?
¿Mejoran sus viviendas? ¿Construyen
escuelas y otros locales para servicios
comunitarios?
Si es que
no están haciendo nada de esto, lo
que es de presumir, pues persisten en su
forma de vida precaria –la misma de hace
quinientos años–, entonces hay que
inferir que el poco dinero que los traficantes
les dan se convierte en bebidas y otros
productos nocivos o perniciosos, quizás
armas, tal vez motocicletas. Y de seguro
motosierras, para hacer más fácil
y rápida la destrucción de
su hábitat, que antes era un delito
cometido en forma exclusiva por invasores
y colonizadores, pero que ahora lo perpetran
ellos mismos.
Además,
su actitud violenta ante autoridades y periodistas
no es la que habitualmente tuvieron los
achés, pueblo pacífico y cooperador.
Evidentemente están mal aleccionados
por gente interesada en convertirlos en
lo que ahora aparentan ser. Pero, por lo
demás, ¿deben o no los indígenas
observar la ley como se exige a todos los
habitantes del país? La respuesta
es rotundamente afirmativa, porque con frecuencia
se los incluye entre los “desposeídos”,
como los “sin tierras”, a quienes se les
quiere poner por encima de toda estructura
legal. Por consiguiente, los indígenas
no solamente deben tener derechos, sino
también obligaciones como cualquier
otro ciudadano en el país.
Es de esperar
que las autoridades gubernamentales responsables
del orden y la seguridad pública
sepan imponerse a los indígenas soliviantados
y hacerles respetar las normas comunes,
recordando que las prohibiciones de carácter
ambiental destinadas a proteger bienes naturales
colectivos fueron establecidas pensando
principalmente en ellos, a los que se consideraba
los grupos humanos en mayor riesgo de sufrir
daños en caso de destrucción
del equilibrio en el sistema silvestre.
Además
de la intervención inmediata de las
autoridades para frenar la explotación
forestal ilícita en inmuebles indígenas,
es necesario que se persiga con mayor energía
y eficacia a los traficantes de madera.
Estos son los principales responsables de
la corrupción campesina e indígena
que causa la intensificación del
robo de productos forestales, su sobreexplotación
y depredación actual.
Los indígenas
depredadores son capaces de producir tanto
daño como cualquier otro grupo integrante
de la sociedad nacional. Con el agravante
de que, cuando se queden sin riqueza, demandarán
airadamente la asistencia económica
del Estado, invocando sus derechos humanos
y haciendo propaganda de su mísero
estado, acusando a los colonizadores “blancos”
que “usurparon” sus bienes ancestrales de
ser los causantes de su desgracia.
Haciéndoles
cumplir la ley se ganarán, pues,
dos grandes batallas, la protección
del patrimonio natural –que es de todos,
pero que aprovecha primero y principalmente
a los indígenas– y su educación
para convivir en una sociedad que pretende
regirse por reglas de convivencia civilizada,
reglas de las que ellos de ninguna manera
deben permanecer exentos por su propio bien.
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